domingo, 22 de febrero de 2009

Atendiendo las demandas

Las manos se ponían temblorosas aquella noche, al igual que las anteriores de los últimos meses. No las podía controlar. Eso sin mencionar que sus ojos se movían por propia voluntad y el sonido de adentro de su pecho le hacía pensar en Keith Moon haciendo de las suyas bien acurrucado en su ventrículo izquierdo. No lo podía controlar.

Horas más tarde contaba los pasos qué daba mientras le faltaban pocas cuadras antes de llegar a su casa. Trataba de concentrarse en eso, de lo contrario sería arrastrado a un lugar en su mente al cual le molestaba llegar, le dolía, por eso prefería contar sus pasos. Miraba siempre al frente, sin embargo, como tratando de mantener vivo su orgullo, como si alguién le estuviese prestando atención desde algún balcón cercano. Abrió la puerta, y sin prender la luz tomó una botella de agua de la heladera, estaba sediento. Había hablado mucho esa noche y se había olvidado de beber. "Hablé demasiado" pensó. No comprendía por qué tanto esfuerzo por ocultarse tras sus palabras, esa cortina barata hecha de frases huecas y chistes sin sentido. Una vez saciada su sed pensó en pasar al siguiente nivel. Tomó una cerveza en lata y se la llevó a su cuarto. No acostumbraba a beber solo pero esta vez su mano fue más rápida.

Despertó al día siguiente. En su cama yacía una desconocida, por más que lo intentaba no podía recordar su rostro, como tampoco podía recordar las otras latas de cerveza. En qué momento había llegado? la había llamado él? por qué haría tal cosa? intentó examinarla de cerca mientras dormía. Apartó unos pocos cabellos que cubrían su rostro y fue como arte de magia. Recordaba bien esos ojos, o mejor dicho esos párpados, que de a poco comenzaban a abrirse. No quiso darle los buenos días, en lugar de eso se sentó en su silla y comenzó a escribir. Desconocía por completo sobre qué estaba escribiendo. Al tercer párrafo recordó que había alguien más en sus aposentos, pero cuando miró hacia su cama no había nadie, incluso estaba tendida. Las siete u ocho latas de cervezas se habían convertido en una camiseta tirada en el suelo. Sus pensamientos lo habían secuestrado desde el momento en que había dejado de contar sus pasos. Tenía miedo, pero él lo conocía bien, había convivido mucho tiempo con él.

Horas más tarde su prosa se había transformado en verso, y sus dedos ahora acariciaban una desdichada guitarra que no comprendía por qué su destino le jugaba tamaña broma.
"No hay nada que comprender", pensó. Nunca había estado tan en lo cierto.






Los saludo desde.... bue.

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